Novena entrega (8va para mí) del Virus Macacoico.
Te veo, con la mirada profunda y la sonrisa de niño hombre. Te aspiro cada vez que te tengo cerca y se me nubla el entendimiento. Te sientas a mi lado en el autobús y te imagino descubriendo los secretos de las imágenes que pasan frente a tus pupilas y no me atrevo a exponer los míos para tu escrutinio. Escondido entre la multitud miro tu espalda y me pierdo en imágenes de placer que me perturban. Sé que eres de otro, pero también eres mío porque nadie puede evitar que imagine cada poro de tu piel canela y que te disfrute.
Y yo tengo dueño, aunque no niego que contigo le soy infiel de la forma más indecente que en el amor exista. Esa lascivia que no se limpia con el retorcer de la carne en sabanas sudadas, que nos crea culpa o nos aprieta el alma pero que a veces drena la calentura con cada pulsar de semen disparado cancelando la curiosidad apasionante de lo prohibido. Indecente porque es injusta, nadie gana, nada se pierde. O tal vez pierde el engañado, porque no hay nada concreto que reclamar pero de algún modo reconoce que una parte de mi pertenece a otro.
Esta es la infidelidad que nunca se cumple pero que siempre me delata con el brillo de mis irises cuando te tengo de frente y aunque rodeado de gente en un solo segundo te desnudo, te acaricio y te hago el amor sin que nadie lo note. Este es el sexo donde las manos entrelazadas del saludo se convierten en la oportunidad de sentir tu calor que produce un orgasmo silencioso y eyaculación seca, pero eyaculación al fin.
Es la infidelidad en que sin que me muestres tu cuerpo lo palpo a través de todos mis puntos sensoriales y se exactamente como es la curvatura de tus nalgas y la caída de tu pene flácido, conozco la temperatura del interior de tu boca y la aspereza de tu barba al rozar mis testículos, percibo el aroma a musgo de tu entrepierna y la humedad embriagante de las axilas.
Se acerca mi parada. Otra vez llego a mi destino y es necesario que te diga adiós. Pero siempre serás más mío que de él, porque cada vez que te piense comenzaré nuevamente a poseerte.
Y yo tengo dueño, aunque no niego que contigo le soy infiel de la forma más indecente que en el amor exista. Esa lascivia que no se limpia con el retorcer de la carne en sabanas sudadas, que nos crea culpa o nos aprieta el alma pero que a veces drena la calentura con cada pulsar de semen disparado cancelando la curiosidad apasionante de lo prohibido. Indecente porque es injusta, nadie gana, nada se pierde. O tal vez pierde el engañado, porque no hay nada concreto que reclamar pero de algún modo reconoce que una parte de mi pertenece a otro.
Esta es la infidelidad que nunca se cumple pero que siempre me delata con el brillo de mis irises cuando te tengo de frente y aunque rodeado de gente en un solo segundo te desnudo, te acaricio y te hago el amor sin que nadie lo note. Este es el sexo donde las manos entrelazadas del saludo se convierten en la oportunidad de sentir tu calor que produce un orgasmo silencioso y eyaculación seca, pero eyaculación al fin.
Es la infidelidad en que sin que me muestres tu cuerpo lo palpo a través de todos mis puntos sensoriales y se exactamente como es la curvatura de tus nalgas y la caída de tu pene flácido, conozco la temperatura del interior de tu boca y la aspereza de tu barba al rozar mis testículos, percibo el aroma a musgo de tu entrepierna y la humedad embriagante de las axilas.
Se acerca mi parada. Otra vez llego a mi destino y es necesario que te diga adiós. Pero siempre serás más mío que de él, porque cada vez que te piense comenzaré nuevamente a poseerte.
Escrito para el emborujo de "Contagiados por el virus" una serie de trabajos creativos inspirados en las reglas / ejercicios del libro "La Macacoa, vivirse la creación literaria", de la reconocida escritora Yolanda Arroyo Pizarro.