miércoles, 15 de febrero de 2012

Infidelidad indecente

Regla #9: Escribir la despedida a un amor clandestino
Novena entrega (8va para mí) del Virus Macacoico.


Te veo, con la mirada profunda y la sonrisa de niño hombre. Te aspiro cada vez que te tengo cerca y se me nubla el entendimiento. Te sientas a mi lado en el autobús y te imagino descubriendo los secretos de las imágenes que pasan frente a tus pupilas y no me atrevo a exponer los míos para tu escrutinio. Escondido entre la multitud miro tu espalda y me pierdo en imágenes de placer que me perturban. Sé que eres de otro, pero también eres mío porque nadie puede evitar que imagine cada poro de tu piel canela y que te disfrute.

Y yo tengo dueño, aunque no niego que contigo le soy infiel de la forma más indecente que en el amor exista. Esa lascivia que no se limpia con el retorcer de la carne en sabanas sudadas, que nos crea culpa o nos aprieta el alma pero que a veces drena la calentura con cada pulsar de semen disparado cancelando la curiosidad apasionante de lo prohibido. Indecente porque es injusta, nadie gana, nada se pierde. O tal vez pierde el engañado, porque no hay nada concreto que reclamar pero de algún modo reconoce que una parte de mi pertenece a otro.

Esta es la infidelidad que nunca se cumple pero que siempre me delata con el brillo de mis irises cuando te tengo de frente y aunque rodeado de gente en un solo segundo te desnudo, te acaricio y te hago el amor sin que nadie lo note. Este es el sexo donde las manos entrelazadas del saludo se convierten en la oportunidad de sentir tu calor que produce un orgasmo silencioso y eyaculación seca, pero eyaculación al fin. 

Es la infidelidad en que sin que me muestres tu cuerpo lo palpo a través de todos mis puntos sensoriales y se exactamente como es la curvatura de tus nalgas y la caída de tu pene flácido, conozco la temperatura del interior de tu boca y la aspereza de tu barba al rozar mis testículos, percibo el aroma a musgo de tu entrepierna y la humedad embriagante de las axilas.

Se acerca mi parada. Otra vez llego a mi destino y es necesario que te diga adiós. Pero siempre serás más mío que de él, porque cada vez que te piense comenzaré nuevamente a poseerte.



Escrito para el emborujo de "Contagiados por el virus" una serie de trabajos creativos inspirados en las reglas / ejercicios del libro "La Macacoa, vivirse la creación literaria", de la reconocida escritora Yolanda Arroyo Pizarro.

sábado, 11 de febrero de 2012

Players

Regla #8: Escribir sobre pasar de ser esposa a ser chilla
Octava entrega (7ma para mí) del Virus Macacoico.



            Exhalo el humo del cigarrillo. El recuerdo de lo que acababa de pasar me hace sonreír de oreja a oreja. Inhalo. Hay algo especial en ese cigarrillo que se fuma después de un buen sexo. Abro los ojos y miro las cosas a mí alrededor. El efecto del aire acondicionado sobre el sudor y los fluidos que van secándose sobre mi cuerpo me estremecen. Me recuerdan el triunfo de mi misión. Nada más enbellacante que una larga sesión de sexo con una buena dosis de peligro. El ruido de la ducha encendida en el baño continuo me lo confirma. Tomo otra bocanada de humo y cierro los ojos pensando en los eventos de la noche. Me río recordando lo guapo que se veía cuando fue acercándoseme simuladamente entre la gente.

            —Que bueno verte de nuevo — me dijo. —Te ves muy bien.

            Esas simples palabras comenzaron un juego de toma y dame a través de la noche. Miradas ocultas y sonrisas pícaras que colábamos al pasarnos por el lado. Entre tragos y picadera buscábamos la forma de encontrarnos. Cerca de la medianoche, con dos bebidas en las manos se me acerco nuevamente.

            —Coño que rico te ves esta noche — me comentaste al oído.
            —Ya ves de lo que te perdiste — le dije.

            Luego de esas dos oraciones disertamos sobre las posibles razones nuestro susodicho rompimiento de pareja que en este momento nos ponía a distancia. Yo le cargaba toda la responsabilidad a él y él poco a poco cedía algo, porque yo sabía que algo quería obtener de aquel intercambio. Lo conocía muy bien.


            —No puedo más — dijo mirándome a los ojos. —Vámonos de aquí que me tienes empalmado.
            — ¿Y tu marido?
            —No me importa, por ahí debe estar entretenido. Ya cogerá pon cuando se canse de la fiesta.

            Y así, sin más, nos escurrimos disimuladamente entre los invitados de la fiesta y nos fuimos sin despedirnos de nadie. Descaradamente llegamos a su casa, que habíamos comprado juntos, y después de las dos copas obligatorias de la etiqueta de buenos modales nos dimos la tarea de recorrernos nuevamente. El sexo fue explosivo y desesperado. Exploramos cada pulgada de nuestros cuerpos, tan conocidos y tan ajenos a la misma vez. Los aromas que emanaban de nosotros me volvían loco. Jugamos a las cambiaditas como muchas veces lo habíamos hecho. La propuesta de infidelidad tendida sobre las sabanas nos calentaba aún más y empapados en sudor nos vinimos.

            Con los ojos cerrados sacudo las cenizas del cigarrillo en el cenicero colocado sobre la mesa de noche y cuya distancia conozco perfectamente como para no fallar. El ruido de los ganchos de metal de la cortina de baño deslizándose sobre el tubo me avisa que terminaste de limpiar con agua y jabón los rastros de lo que habíamos hecho. Siento tus pasos fuertes sobre la loza y sonrío. Con los ojos entreabiertos te veo afanado recogiendo cualquier cosa que pudiese delatar lo que allí acababa de pasar. Echas los condones usados en la basura y pasas el pañito secando alguna gota de semen que se haya derramado por el piso. Te conozco tan bien que se que no descuidarías ningún detalle. Me pregunto si llegaras a pedirme que me vista. Te tiras sobre la cama y me quitas el cigarrillo. Lo apagas como otras tantas veces. Mientras las gotas de agua caen de tu pelo a mi pecho me aprietas una tetilla, la del piercing, la que siempre te ha gustado más.

            —Carajo, si de chillo eres más caliente que de marido — me dices pícaramente. — Que rico lo hicimos. ¿Qué te parece si la próxima semana hago de un policía que te detiene a darte un ticket?

Escrito para el emborujo de "Contagiados por el virus" una serie de trabajos creativos inspirados en las reglas / ejercicios del libro "La Macacoa, vivirse la creación literaria", de la reconocida escritora Yolanda Arroyo Pizarro.

sábado, 4 de febrero de 2012

Una historia de amor en VII

Regla #7: Escribir sobre parejas que discuten
Séptima entrega (6ta para mí) del Virus Macacoico.

 

I.

—Tengo que confesarte que desde la primera vez que te vi no dejé de pensar en ti.

—A mi me pasó lo mismo ¿Dónde estabas escondido todo este tiempo?

—Esperando a que tú aparecieras.

—Pues aquí estoy y no voy pa’ ningún la’o…
 

II.

—Que mucho me gustas.

—Yo también te amo mucho.

—Es que no puedo vivir sin ti.

—Yo tampoco mi amor, no podría imaginarme la vida sin ti.

—Creo que es tiempo de que hablemos del futuro.

—Sí, me gustaría formalizar esto.

— ¿Por qué no nos mudamos juntos?

—Pensé que nunca me lo pedirías. Esto de estar llevando y trayendo es una pendejá’.

—Que rico, voy a tenerte todo el tiempo en el apartamento…
 

III.

Mera, ¿me puedes pasa un rollo de papel?

—Aquí esta. ¿Puedes cerrar la puerta del baño cuando estés cagando?

—Si te molesta me lo puedes decir, sae.

—Pues te lo estoy diciendo.

—Pero antes no me lo habías dicho.

—Por que antes no lo hacías y ahora sí. Y ya que estamos hablando de esto, ¿te puedes poner al menos calzoncillo cuando andes por ahí?

—Bueno, como me dijiste que me sintiera como en mi casa…


IV.

—Tienes unas ojeras de madre.

—Es que llevo varias noches sin poder descansar bien.

—Yo anoche dormí como piedra.

—Sí, ya me di cuenta, estabas roncando como un lobo y no me dejaste dormir.

—Y porque no me despertaste.

—Créeme que lo intenté, estabas como palo.

—Pues antes no te molestaba.

—Antes me quedaba solo los viernes y sábado y no estaba jodí’o en la semana para ir a trabajar. Tampoco estabas tan gordito, que me parece que ese es el problema.

—Pues si quieres te regalo de aniversario unos ear plugs para que no te quejes tanto y de una vez te regalo un tapón para que te lo pongas en el culo y dejes de tirar peos en la cama...
 

V.

—Ya me tienes jarto.

—Se dice harto. Y ¿cómo crees que yo me siento?

—Si llego a saber esto no me mudo contigo.

—Si llego a saber esto no te pido que te mudes...
 

VI.

En un restaurante con otra pareja.

—Wow. Siete años, ya pasaron la prueba —le dice uno de los amigos.

—Es que desde la primera vez que nos vimos quedé flechado.

—A mi me pasó lo mismo. Encontré mi media naranja, ¿verdad mi amor?

—Sí, mi chulería. Es cuestión de acostumbrarse, tú sabes, a las cositas pequeñas.

—No es fácil, pero se puede.

—Al principio fue algo difícil.

— Sobre todo cuando me mudé al apartamento. Créeme que es una jodienda eso de aprender a vivir juntos.

— Pero cuando uno encuentra a la persona que ama, lo demás no importa.

—Lo que hay que aprender es que uno no puede cambiar a tu pareja totalmente, lo que hay es que acostumbrarse a esas cosillas que no te gustan y que en verdad no son tan importantes.

—Sí, como cuando aprietan la pasta de dientes por el medio.

—O como cuando se quitan la ropa sucia y la dejan tirada en el piso del baño.

—O dejan la trastera en el fregadero.

—Bueno tú dices que te gusta fregar.

—Pero no tooooodoooo el tiempo.

—Pues si no dices naaaada, yo todavía no leeeeo la mente. Además yo soy quien siempre cocina, Ah, y limpio los baños.

 —Pues como no te gusta como yo cocino, y ni que tu comida fuera tan gourmet. Y el baño no lo limpio porque dices que no sé hacerlo porque a ti te gusta limpiar las ranuritas con un cepillo de dientes.

—Si no botaras tanto pelo y los dejaras pega’os en la bañera…
 

VII

—La cuenta, ¡por favor! —gritó el otro amigo.




Escrito para el emborujo de "Contagiados por el virus" una serie de trabajos creativos inspirados en las reglas / ejercicios del libro "La Macacoa, vivirse la creación literaria", de la reconocida escritora Yolanda Arroyo Pizarro.