Octava entrega (7ma para mí) del Virus Macacoico.
Exhalo el humo del cigarrillo. El recuerdo de lo que acababa de pasar me hace sonreír de oreja a oreja. Inhalo. Hay algo especial en ese cigarrillo que se fuma después de un buen sexo. Abro los ojos y miro las cosas a mí alrededor. El efecto del aire acondicionado sobre el sudor y los fluidos que van secándose sobre mi cuerpo me estremecen. Me recuerdan el triunfo de mi misión. Nada más enbellacante que una larga sesión de sexo con una buena dosis de peligro. El ruido de la ducha encendida en el baño continuo me lo confirma. Tomo otra bocanada de humo y cierro los ojos pensando en los eventos de la noche. Me río recordando lo guapo que se veía cuando fue acercándoseme simuladamente entre la gente.
—Que bueno verte de nuevo — me dijo. —Te ves muy bien.
Esas simples palabras comenzaron un juego de toma y dame a través de la noche. Miradas ocultas y sonrisas pícaras que colábamos al pasarnos por el lado. Entre tragos y picadera buscábamos la forma de encontrarnos. Cerca de la medianoche, con dos bebidas en las manos se me acerco nuevamente.
—Coño que rico te ves esta noche — me comentaste al oído.
—Ya ves de lo que te perdiste — le dije. Luego de esas dos oraciones disertamos sobre las posibles razones nuestro susodicho rompimiento de pareja que en este momento nos ponía a distancia. Yo le cargaba toda la responsabilidad a él y él poco a poco cedía algo, porque yo sabía que algo quería obtener de aquel intercambio. Lo conocía muy bien.
—No puedo más — dijo mirándome a los ojos. —Vámonos de aquí que me tienes empalmado.
— ¿Y tu marido?—No me importa, por ahí debe estar entretenido. Ya cogerá pon cuando se canse de la fiesta.
Y así, sin más, nos escurrimos disimuladamente entre los invitados de la fiesta y nos fuimos sin despedirnos de nadie. Descaradamente llegamos a su casa, que habíamos comprado juntos, y después de las dos copas obligatorias de la etiqueta de buenos modales nos dimos la tarea de recorrernos nuevamente. El sexo fue explosivo y desesperado. Exploramos cada pulgada de nuestros cuerpos, tan conocidos y tan ajenos a la misma vez. Los aromas que emanaban de nosotros me volvían loco. Jugamos a las cambiaditas como muchas veces lo habíamos hecho. La propuesta de infidelidad tendida sobre las sabanas nos calentaba aún más y empapados en sudor nos vinimos.
Con los ojos cerrados sacudo las cenizas del cigarrillo en el cenicero colocado sobre la mesa de noche y cuya distancia conozco perfectamente como para no fallar. El ruido de los ganchos de metal de la cortina de baño deslizándose sobre el tubo me avisa que terminaste de limpiar con agua y jabón los rastros de lo que habíamos hecho. Siento tus pasos fuertes sobre la loza y sonrío. Con los ojos entreabiertos te veo afanado recogiendo cualquier cosa que pudiese delatar lo que allí acababa de pasar. Echas los condones usados en la basura y pasas el pañito secando alguna gota de semen que se haya derramado por el piso. Te conozco tan bien que se que no descuidarías ningún detalle. Me pregunto si llegaras a pedirme que me vista. Te tiras sobre la cama y me quitas el cigarrillo. Lo apagas como otras tantas veces. Mientras las gotas de agua caen de tu pelo a mi pecho me aprietas una tetilla, la del piercing, la que siempre te ha gustado más.
—Carajo, si de chillo eres más caliente que de marido — me dices pícaramente. — Que rico lo hicimos. ¿Qué te parece si la próxima semana hago de un policía que te detiene a darte un ticket?
Escrito para el emborujo de "Contagiados por el virus" una serie de trabajos creativos inspirados en las reglas / ejercicios del libro "La Macacoa, vivirse la creación literaria", de la reconocida escritora Yolanda Arroyo Pizarro.
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