miércoles, 12 de septiembre de 2012

Ahora, los seis

Para: Intertextuales por invitación
Sexto tema:
Tema: Desde el día que te fuiste

Autor: Peter M. Shepard-Rivas



Ahora, los seis
 
 La casucha mostraba el deterioro típico del abandono. Desde que ella se fue no tuvieron la energía de mantenerla en buen estado. Telarañas y bolas de polvo cubrían todas las esquinas de las habitaciones. La falta de sus flores y melodías había creado un ambiente asfixiante y obscuro. Afuera en el patio la selva estaba devorando el claro donde disfrutaron de tantos retozos. La caja de cristal donde alguna vez la resguardaron y veneraron era solo escombros escondidos entre la maleza. Sus cuerpos esqueléticos mostraban una evidente anorexia, no solo por la voluntad, deseo y falta de comer, sino por no haber podido sobreponerse a la costumbre de saborear sus platos apetitosos que ya no disfrutarían. La partida de ella estuvo llena de promesas y planes que nunca cumplió. Fue aquel beso principesco que tanto habían celebrado lo que finalmente les robo la felicidad.
Pero lo más terrible que les había sucedido fue la pérdida del séptimo. Luego que se la llevaron con la promesa de la felicidad para siempre, el más pequeño de ellos fue rápidamente encerrándose dentro de su mundo sin sonido. La falta de aquellas caricias cálidas y femeninas en la mañana y al regreso del trabajo lo aniquiló. Ni los mensajes de auxilio enviados con los coloridos pajaritos para que viniera a verlo habían recibido respuesta.
Lo sepultaron cerca de la mina vestido con su camisa verde, que le llega a los pies, sujeta por su cinturón negro con hebilla dorada y sus zapatos marrones. Su gorro morado, que tantas veces retiró para recibir los cálidos besos de ella en su brillante cabezota, fue ceremonialmente colocado hasta sus grandes orejotas. Luego de su entierro la mina fue abandonada. Ahora, los seis esperaban el fin, el momento de morirse. Le habían ofrecido a aquella descobijada todo lo que pudieron, su hogar, su protección, su amistad, y ella en su felicidad los había olvidado. ¡El desgraciado príncipe era el culpable! El bosque nunca volvió a escuchar la contagiosa melodía diaria de los siete habitantes de la casita. Pero el murmullo de las hojas al soplar el viento pareciera no querer olvidarlo.
Hi-ho, hi-ho, hi-ho, hi-ho, hi-ho, es hora de cerrar. Hi-ho, hi-ho… 
 

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