Para:
Intertextuales por invitación
Segundo tema: Cosas encontradas en los bolsillos
Autor: Peter M. Shepard-Rivas
Segundo tema: Cosas encontradas en los bolsillos
Autor: Peter M. Shepard-Rivas
— Por favor, dame mi dinero —dijo Erick tomándose el jugo de china.
El
desgraciado llevaba una hora dándole vuelta al asunto. Había echado a lavar su
ropa y lo tenía sentado desnudo en el comedor hablando estupideces. Definitivamente
estaba dándole largas al asunto. Total con el lujo en que vivía debían ser unos
trapos de pesos lo que había acordado pagarle la noche anterior.
— ¿Quieres algo más de comer? — le ofreció.
— Solo quiero lo que me debes. Me tengo que ir.
— Es que no tengo dinero conmigo — confesó.
Erick
colocó el vaso en la mesa y lentamente se levantó. Sentía el coraje subiéndole
por los pies. No con el pargo, sino con el mismo. La noche anterior, cuando el
tipo se detuvo en la esquina de la plaza y lo llamó, su amigo le advirtió. El
tipo tenía fama de no pagar después del sexo. Pero el Lexus que guiaba lo
deslumbró. Tampoco el individuo se veía mal. Vivía en un condominio de lujo y ya
en el apartamento lo hizo sentirse muy bien. Le dio un tour por las habitaciones explicándole los diversos artículos y
colecciones de cosas adquiridas en otros países. Lo invitó a que se diera una
ducha. Se quitó su ropa casi en harapos y se metió en la bañera que parecía una
pequeña piscina. El agua cayendo sobre su cuerpo le limpió el sucio de días
viviendo en la calle sin bañarse. El hombre se metió con él y le restregó
suavemente todo su cuerpo con algo que él llamó una luffa. Y la espuma que
formaba el gel con un rico olor lo había revitalizado. Luego de ambos asearse lo
llevó al cuarto y continuaron con el foreplay.
Se dejó llevar y él le ofreció más dinero para poseerlo. La cantidad era
considerable y Erick, rompiendo su más importante regla, permitió ser
penetrado. Entre el vaivén de los cuerpos en cópula y las caricias se abandonó
al susurro de la voz del hombre que le hablaba de deseos y de promesas. Lo disfrutó. Genuinamente se sintió
deseado y lo disfrutó. Eyaculó, lo cual rara vez hacía con un cliente y sintió
como sus ojos se cerraban por el cansancio. Mientras perdía su conciencia se
preguntaba porque un chico tan guapo y que parecía tenerlo todo pagaba por
sexo. Coqueteó con la idea de que el hombre realmente se sintiera atraído hacia
él. Esa noche soñó con una oportunidad. Con una persona que le brindaba la posibilidad
de salir de las calles, de irse muy lejos del mundo en que existía. Se vio en
un avión, en primera clase. Visitando ciudades maravillosas. Un espíritu le
susurraba sobre una nueva vida.
El
olor a tocineta y la luz del sol lo habían despertado. En la mañana la cosa
había sido diferente. Rápidamente sintió un cambio en el ambiente. La calidez
de la noche anterior fue reemplazada por un frío insufrible. Aunque intentaba
ser cordial, el pargo se proyectaba alejado, prepotente, algo insolente. Ahora
se negaba a pagar y esta negativa de cumplir con lo acordado tenía a Erick muy
molesto.
— Vamos, dame lo que acordamos para irme.
— ¿Te parece que necesito pagar por sexo? Mejores
machos que tú me suplican que los lleve a la cama de gratis. Pero disfruto trayéndome
a putitos ingenuos como tú. — le
contestó con desdén. — Confórmate con haber tenido un techo y comida.
El
chico sintió una gran necesidad de marcharse. Miró alrededor a ver que podía
robarse. Había muchas cosas valiosas fáciles de llevarse. Recordó las prendas
de oro que el pargo dejó sobre la mesa de noche. Miró el cuchillo colocado
sobre el plato del desayuno terminado. Sintió nauseas.
— Dame la ropa que me voy — dijo.
— Esta todavía mojada. Selecciona algo de esta
ropa que la iba a donar — le
ofreció señalando una montaña de ropaje descartado que tenía tirado en el piso.
Erick se sintió tan vulnerable como
desnudo estaba su cuerpo. Decidió que su dignidad valía más que unos cuantos
dólares y se vistió con unos pantalones algo grandes y una camisa que seleccionó
del paquete de ropa y que al menos estaban en mejor estado que los trapos con
los que había llegado. Cogió la bolsa con la ropa mojada que el pargo le
entregaba y dándole una mirada de lastima se marchó. Se dirigió hasta la parada de guagua más cercana
y en el camino pidió unas pesetas para poder abordarla. El desespero se estaba
apoderando de su cuerpo. Estaba a punto de necesitar una cura. La pierna
derecha comenzó a moverse sin control. Sintió un bulto rozándole el muslo y
chocando con su escroto. Incómodo, se metió la mano en el bolsillo del
pantalón. Saco un paquete enrolladlo con un rubber
band. Lo desenrolló. Erick abrió los ojos sorprendido, entonces comenzó a
reír descontroladamente.
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