Cuarto tema: (Re) escribir el cuerpo
Autor: Peter M. Shepard-Rivas
(>) Arquitectura
erógena
Escucha lo que te digo. El contacto de su aliento sobre ti al hacerme el amor me excita y me hace pensar en tiempos pasados en que te detesté. Hubo muchos momentos, que mirándome desnudo frente al espejo, tus proporciones me parecían grotescas, sintiéndome casi al borde de la desesperación. Contrario a la creencia general de que el tamaño importa, aborrecía tus dimensiones desmedidas. Daba gracias a mi anatomía masculina que, entre pelos y vellos, me permitía, si acaso, disimularte.
En el momento sensual en que labios
húmedos se cierran sobre el pedacito de piel que pende justo en la punta sur de
tu estructura inusual siento un corrientazo a través de mis aéreas sensitivas y
perdono a mis genes que te hicieron así. Disfruto el haber aprendido a deleitarme
en el placer que me brindas. Un placer especial que no todos poseen. Celebro tus
curvas que como ondas en el agua comienzan en un punto centrado. Cuando me
brindan caricias que van recorriendo tu curvatura y me dejan sus huellas digitales
sobre la piel que te cubre me hacen suspirar y me ayudan a arrinconar en la
memoria las crueles burlas de mis compañeros de escuela que me hacían detestar
tener que ducharme después de los deportes. Con el placer olvido las noches de
mi tortuosa adolescencia en que desee poder cambiarte.
Y ahora, cuando ya me había
acostumbrado a tu apariencia; cuando tu naturaleza era ya inadvertida, y el
reproche era algo del ayer; te empeñas en jugarme una mala pasada. Ahora que mi
cabello blanquea y las arrugas derrotan la lozanía de la juventud, no solo
parecieras querer ser más grande, sino que te empeñas en forrarte de hebras
innecesarias e inútiles. Pero ya no te rechazo. Y no es solo por los placeres
superficiales que como zona erógena me brindas. Tampoco por el equilibrio que
me balancea. Es que nunca me perdonaría volver a maldecirte, a ti, pabellón que proteges
instrumentos transformadores de señales acústicas. Porque eres el embudo de
todos los sonidos y te juro de que no renegaría del placer de escuchar la
belleza de las palabras.
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