Octavo tema: El último heterosexual del planeta.
Autor: Peter M. Shepard-Rivas
Innegable
Él perdía
noción del tiempo cuando se miraba en el espejo. Siempre era igual después de
un episodio traumático. Llegaba muy agitado a la casa, llorando de rabia. Como
la gente podía ser tan cruel. El rechazo lo había sentido desde que muy pequeño.
Aún de sus padres lo percibió. Se miró de nuevo al espejo. Tanto sacrificio que
había hecho para pertenecer, para aparentar. La imagen reflejada no era
distinta de las de los hombres que veía en las calles. La ropa perfecta. El
recorte de moda. Le actitud esperada, la postura, los gestos…
Nada
había tenido éxito. A través del internet surfeó cientos de páginas, abrió un
grupo cibernético (que nunca pasó de un miembro) y posteó en centenas de
lugares de encuentro. Dejó escritos en los cubículos de la clínica donde donaba
semen. Todo muy discreto, por cierto. Todas las contestaciones que recibió
fueron de burlas, de censuras. Busco respuestas en la historia. Leyó tantos
libros. Investigó el curso de los movimientos de derechos de las personas
negras, homosexuales, de las mujeres; y nada parecía tener relevancia a su
realidad. Se preguntaba cómo había pasado, como había llegado a esta situación.
Los
ojos que le miraban desde el espejo reflejaban una mirada triste. La soledad lo
hacía sentirse muy débil y cansado. Había intentado tener parejas. Es más, se
había obligado. Claro, la oferta de parejas disponibles para él era aquellas
aceptadas por la sociedad. En una que otra ocasión intentó tener sexo. Busco ese
placer excitante que tanto le hablaban sus pocos amigos. Pretendió replicar los
actos y movimientos que se había grabado de esas conversaciones en la mente.
Luego de la euforia atropellada del orgasmo se reafirmaba en que no eres lo
suyo. Era innegable. Y volvía a archivar sus sentimientos y aforaban sus
inseguridades. Las personas, sin comprenderlo, terminaban abandonándolo. Si tan
solo pudiera sobrevivir con la compañía de otro ser humano. Pero sabía que lo
que necesitaba estaba prohibido. Más que prohibido, se le podía ir la vida en
ello si alguien confirmaba su inclinación.
Se
fue desvistiendo poco a poco frente al espejo. Admiró sus firmes pectorales, su
bien definido abdomen, su acicalado pene y sus firmes piernas. Caminó hasta la
cama. De debajo de ella sacó un cajón de metal con dos candados. Busco en la
gaveta de su mesa de noche las llaves que siempre mantenía envueltas en unos
calcetines. Abrió el cajón y saco tres revistas ya maltratadas con el uso. Unas revistas censuradas y prohibidas. Eran de fotos de mujeres desnudas mostrando toda su
intimidad. Con estas fotos era que podía escapar y vivir sus deseos. Sacó del fondo una nota, también maltrecha y sucia. Fue la nota que acompaño las revistas cuando se las
regaló antes de morir la única persona que lo había comprendido. Aquel que
siempre le había dicho que sospechaba que solo quedaban ellos dos. La leyó en voz alta, como
siempre hacia antes de masturbarse.
–
Aquí tienes, para que te acompañen como me acompañaron a mí. Disfrútalas,
depravado hetero… y no pierdas la esperanza.
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