viernes, 26 de octubre de 2012

Innegable

Para: Intertextuales por invitación
Octavo tema:
El último heterosexual del planeta.
Autor: Peter M. Shepard-Rivas


Innegable


            Él perdía noción del tiempo cuando se miraba en el espejo. Siempre era igual después de un episodio traumático. Llegaba muy agitado a la casa, llorando de rabia. Como la gente podía ser tan cruel. El rechazo lo había sentido desde que muy pequeño. Aún de sus padres lo percibió. Se miró de nuevo al espejo. Tanto sacrificio que había hecho para pertenecer, para aparentar. La imagen reflejada no era distinta de las de los hombres que veía en las calles. La ropa perfecta. El recorte de moda. Le actitud esperada, la postura, los gestos…
            Nada había tenido éxito. A través del internet surfeó cientos de páginas, abrió un grupo cibernético (que nunca pasó de un miembro) y posteó en centenas de lugares de encuentro. Dejó escritos en los cubículos de la clínica donde donaba semen. Todo muy discreto, por cierto. Todas las contestaciones que recibió fueron de burlas, de censuras. Busco respuestas en la historia. Leyó tantos libros. Investigó el curso de los movimientos de derechos de las personas negras, homosexuales, de las mujeres; y nada parecía tener relevancia a su realidad. Se preguntaba cómo había pasado, como había llegado a esta situación.
            Los ojos que le miraban desde el espejo reflejaban una mirada triste. La soledad lo hacía sentirse muy débil y cansado. Había intentado tener parejas. Es más, se había obligado. Claro, la oferta de parejas disponibles para él era aquellas aceptadas por la sociedad. En una que otra ocasión intentó tener sexo. Busco ese placer excitante que tanto le hablaban sus pocos amigos. Pretendió replicar los actos y movimientos que se había grabado de esas conversaciones en la mente. Luego de la euforia atropellada del orgasmo se reafirmaba en que no eres lo suyo. Era innegable. Y volvía a archivar sus sentimientos y aforaban sus inseguridades. Las personas, sin comprenderlo, terminaban abandonándolo. Si tan solo pudiera sobrevivir con la compañía de otro ser humano. Pero sabía que lo que necesitaba estaba prohibido. Más que prohibido, se le podía ir la vida en ello si alguien confirmaba su inclinación.
            Se fue desvistiendo poco a poco frente al espejo. Admiró sus firmes pectorales, su bien definido abdomen, su acicalado pene y sus firmes piernas. Caminó hasta la cama. De debajo de ella sacó un cajón de metal con dos candados. Busco en la gaveta de su mesa de noche las llaves que siempre mantenía envueltas en unos calcetines. Abrió el cajón y saco tres revistas ya maltratadas con el uso. Unas revistas censuradas y prohibidas. Eran de fotos de mujeres desnudas mostrando toda su intimidad. Con estas fotos era que podía escapar y vivir sus deseos. Sacó del fondo una nota, también maltrecha y sucia. Fue la nota que acompaño las revistas cuando se las regaló antes de morir la única persona que lo había comprendido. Aquel que siempre le había dicho que sospechaba que solo quedaban ellos dos. La leyó en voz alta, como siempre hacia antes de masturbarse.
            – Aquí tienes, para que te acompañen como me acompañaron a mí. Disfrútalas, depravado hetero… y no pierdas la esperanza.



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