Noveno tema: El amor en tiempos de guerra
Autor: Peter M. Shepard-Rivas
Trinchera
sábado,
18 de mayo de 1968
Mi amor, espero que todo esté bien
allá en casa. En este momento estoy aquí pensando en ustedes. Aquí todo es la
misma mierda. Otro día más escribiendo como te prometí. La humedad de la selva
es insoportable. Cuando estamos en el campamento nos pasamos en camisillas y
calzoncillos para poder sobrevivir el calor. Hoy llevo cinco días en una expedición
de reconocimiento. Ahora estoy en una trinchera, sucio, sin bañarme, apestoso,
bajo un poncho de plástico que hemos colocado como carpa para taparnos de la
lluvia y condenados con los insectos. Lo espeso de la selva casi no nos permite
sentir o ver el sol. Esto es como 500 veces el Yunque. La fatiga y las botas
mojadas y pesadas nos mantienen con frio y arrugados. Los días se mezclan y
solo con estas notas en esta pequeña libreta puedo diferenciar en algo uno del otro
y de mantener mi mente sana.
Nos hemos divididos en grupos evadiendo los
soldados del Vietcong. A los desgraciados les gusta luchar muy cerca de
nosotros dentro esta inmunda selva. Lo bueno es que estos infelices no
permanecen mucho tiempo en el mismo sitio, sobre todo cuando encuentran
resistencia.
Aquí estoy con un gringuito de Omaha
que ha tratado de explicarme como 100 veces donde es eso. Aunque no nos
entendemos mucho, con mi inglés goleta nos hemos hecho buenos amigos. Créeme
que si no fuera por la amistad que se da aquí entre nosotros uno se volvería
loco. Siempre estamos juntos y nos velamos uno al otro. Así uno no se siente
tan solo. No sabes la necesidad que tengo de tenerte entre mis brazos. Con el
paso del tiempo la necesidad de sentir el calor de otro cuerpo se hace
insoportable. Lo otro que me hace falta es un buen plato de arroz y habichuelas
y un buen bistec encebollado, con unos tostoncitos bien tostaditos. Aquí en la
selva lo que comemos es una comida seca y desabrida.
La lluvia parece que paró así que ya
mismo nos asomaremos a ver que hay en el área. Seguiré escribiendo luego. Espero
que pueda compartir contigo esto algún día. Recuerda siempre que no importa qué
pase en este infierno, te amo.
El
soldado cerró su libretita sucia y estrujada. La guardo en el bolsillo de su
fatiga junto con el tuco de lápiz que utiliza para escribir. Inhaló lo último
que le quedaba de la changa que fumaba. Miró hacia abajo. Observó la cabeza
rubia, en necesidad de un buen recorte y afeitada, recostada de su falda. Con
ternura le removió un mechón de pelo que le caía sobre sus ojos verdes que le
miraban fijamente, suspiró y le sonrió.
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