Tercera entrega (2da para mí) del Virus Macacoico.
—Pásame la botella para echarme otro palito — me dice el compay Genaro, con cara de funeral.
Lleva sentado a mi lado desde el amanecer, lamentándose. Nos hemos bajado 2 botellas y media traguito a traguito. Nunca había visto al compay tan desconsolado. Ni siquiera cuando se le fue la mujer con el quincallero. Aquella vez cualquiera pensaría que le habían hecho un favor. Casi hace una fiesta y la “jumeta” que cogió fue de alegría y alivio. Le contó a todo el que quería escuchar lo feliz que se sentía y ni le importó que el vecindario lo tildara de cuernú. A partir de ese día se le veía siempre sonriente, amable y ocurrente. Se la pasaba haciendo alambiques, bebiendo y apostando.
Al tiempo de tanto jolgorio un día Genaro apareció con una nueva inquilina para su casa. El pasado marzo, durante las fiestas patronales del pueblo de al lado, fue a llevarle a un amigo unas botellas de pitorro y se encontró con que había fallecido. En casa del amigo sus herederos no la querían allí y la iban a echar a la calle. A la pobre la tenían abandonada y decidió rescatarla del maltrato que recibía. Desde ese día andaba con ella para arriba y para abajo. Con todo el que hablaba le presentaba a “Juana la Jamona”. Ella se instaló en la casa y en la finca. El compay decía que la Jamona le daba la compañía que ninguna mujer la había dado y a ella se le veía siempre contenta. Lo seguía por todo el barrio contoneando el culaje a cada paso. Otras veces, ya borracho, ponía música, la agarraba, se ponía a cantar, baila como Juana la Jamona, y la ponía a bailar dándole vueltas y vueltas hasta que Juana, molesta y brava, se quejaba y le gruñía. Tenía la piel rosadita y la carne firme. Se veía que con un poquito de cariño estaría bien rica. A cada rato le decía al compay que estaba como para darle candela. Si me daba un break, la enganchaba en mi varita. Definitivamente, me reía maliciosamente pensando que la pondría a bailar encajá en mi varita. Genaro me decía que dejara a la Jamona quieta, que si alguna vez veía varita sería la suya. Durante los siguientes 9 meses no hizo más que acompañar al compay y engordar. La condená se alimentaba muy bien. Sobre todo le gustaban las viandas, que la ponían potente y saludable. No había comida que sobrara que la Juana no se la acababa. Para el mes de diciembre había aumentado como 100 libras. Ya casi no salía a pasear con el compay por la comarca. Por esos días me dijo muy preocupado que ya era imposible vivir con la Juana.
Ayer antes de las seis de la mañana, mientras me tomaba un buchesito de café, Genaro llegó corriendo a mi casa y me pidió que lo acompañara. Me llevaba a las millas de chaflán a la vez que trataba de contarme lo que había hecho. Estaba tan jendio que casi no lo entendía. Se había levantado antes del amanecer, decía, y mientras preparaba el desayuno, comenzó a tomar pitorro para sacudir el frío. Se había bebido como cuatro shots del licor cuando la Ramona se despertó. Le metió un cantazo por el trasero y cuando fue a acariciarla la muy cochina le mordió la mano. Ahí fue que el compay perdió la cabeza. El no sabe si fue el alcohol hablando o que ya lo tenía harto con tanta porquería, que la enganchó por la mandíbula, la sacó afuera y le clavó una cuchilla en el cuello y en el corazón. Los chillidos ensordecedores de la Jamona le volvió los sentidos y se dio cuenta que necesitaba mi ayuda. El sol comenzaba a salir por encima de la montaña y me di cuenta de su ropa ensangrentada. Cuando llegamos al patio la sangre estaba saliendo a borbotones. Rápido la cogimos y comenzamos a bregar con la situación. Finalmente la descuartizamos y la metimos en la Frigidaire para que no se descompusiera.
Hoy llevamos 9 horas sentados aquí. Aunque no hemos dicho nada, los vecinos comenzarán a preguntarse por el humo que sale de atrás de mi casa desde esta mañana. Y cuando vengan comenzarán a preguntar qué pasó con la Jamona.
—Oiga compay, sírvame otro — me dice mirando una foto de la Ramona — Tanto que quería a la Jamona, no sé porque me dio con tratarla como familia. Debí saber que no me iba a durar mucho. Y usted empeñao que quería atravesarla con su varita.
—Finalmente se me dio — contesté riéndome y sobándome el brazo adolorido. — Deje de llorar compay que esto ya está listo, tenga, cómase el rabito.
Cuento corto
Escrito para el emborujo de "Contagiados por el virus" una serie de trabajos creativos inspirados en las reglas / ejercicios del libro "La Macacoa, vivirse la creación literaria", de la reconocida escritora Yolanda Arroyo Pizarro.
Jajaja. Corto, pero muy completo y a tono con la temporada. Será un clásico navideño. Peter, ¡que talento! Muy buen manejo del elemento sorpresa. Ya iba pensando que era un cuento de crimen con muerto y todo...
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