Regla #6: Escribir sobre un viaje
Sexta entrega (5ta para mí) del Virus Macacoico.
Sexta entrega (5ta para mí) del Virus Macacoico.
En diciembre de 1962, todo mi mundo era un pequeño pueblo al oriente de la isla, Juncos. En ese momento yo no tenía ninguna idea de lo que era el invierno. Claro, realmente no tenemos cambios dramáticos de estaciones climáticas en esta parte del Caribe. Recuerdo el repentino caos en casa de mi tía, llamadas a familiares, recogidos de paquetes. Inesperadamente me estaban probando ropas distintas que nunca había usado antes, calzoncillos extraños y sombreros calientes. El gran evento era que iba con mi prima Milagros a pasar las fiestas navideñas con mi madre, que como muchos puertorriqueños había emigrado en busca de mejor trabajo y llevaba varios años viviendo en Ohio. Fue toda una aventura, las fuentes y las banderas del aeropuerto de Isla Verde, subir las escaleras del avión, despegar, las azafatas, volar, aterrizar...
Caminando por la pista el viento estaba muy frío y sentí rápidamente que las mejillas se me congelaban. Estaba muy pachoso cuando nos encontró, ya que no la había visto desde hacía mucho tiempo. Recogimos las maletas y ya en el carro el calentador nos retornaba a un ambiente más cálido. En el recorrido a la casa, mirando por la ventana del auto, el panorama que veía me parecía hermoso, todo cubierto de blanco, grandes casas, y los árboles desnudos iluminados de lucecitas como por arte de magia. Era como una visión; y luego llegamos a la casa. De camino por la acera hacia la entrada, desde el cielo oscuro comenzaron a caer lo que me pareció plumas de hielo. Miré hacia arriba, eran muchas y comencé a girar mientras me reía e intentaba atraparlas. En uno de los giros vi a mi madre que me miraba con sus cabellos adornados con copos de nieve. Se iban acumulando en su cabeza y parecían pequeños diamantes reflejando la luz de los arboles. El resplandor de su cabello era débil competencia con el brillo de sus ojos y su sonrisa. Y me sentí amado. De esto hace muchos años, pero aún hoy cierro los ojos y puedo sentir la caricia de los copos de nieve derritiéndose con la calidez de sus besos.
Caminando por la pista el viento estaba muy frío y sentí rápidamente que las mejillas se me congelaban. Estaba muy pachoso cuando nos encontró, ya que no la había visto desde hacía mucho tiempo. Recogimos las maletas y ya en el carro el calentador nos retornaba a un ambiente más cálido. En el recorrido a la casa, mirando por la ventana del auto, el panorama que veía me parecía hermoso, todo cubierto de blanco, grandes casas, y los árboles desnudos iluminados de lucecitas como por arte de magia. Era como una visión; y luego llegamos a la casa. De camino por la acera hacia la entrada, desde el cielo oscuro comenzaron a caer lo que me pareció plumas de hielo. Miré hacia arriba, eran muchas y comencé a girar mientras me reía e intentaba atraparlas. En uno de los giros vi a mi madre que me miraba con sus cabellos adornados con copos de nieve. Se iban acumulando en su cabeza y parecían pequeños diamantes reflejando la luz de los arboles. El resplandor de su cabello era débil competencia con el brillo de sus ojos y su sonrisa. Y me sentí amado. De esto hace muchos años, pero aún hoy cierro los ojos y puedo sentir la caricia de los copos de nieve derritiéndose con la calidez de sus besos.
Traducción de un cuento en dos párrafos escrito para una competencia de Circ du Soleil en 2007 previo a la apertura de Wintuk, su espectáculo estacional de Navidad en Nueva York (me descalificaron porque no aplicaba a Puerto Rico, aunque nunca lo mencionaron en las reglas).
Escrito para el emborujo de "Contagiados por el virus" una serie de trabajos creativos inspirados en las reglas / ejercicios del libro "La Macacoa, vivirse la creación literaria", de la reconocida escritora Yolanda Arroyo Pizarro.
Me encanta "plumas de hielo". Ojalá y mi hijo me recuerde con una voz tan amorosa cuando crezca. (Se lo perdieron al descalificarte, yo te daría un premio.) ¡Beso!
ResponderEliminar